domingo, 15 de noviembre de 2009
Lo absurdo maravilloso y Cortázar
Lo absurdo maravilloso y Cortázar
Hablar de Julio Cortázar es hablar de lo significativo e inquietante de su escritura. Una escritura básicamente antiacadémica y de la cual él mismo se enorgullecía (“Cada día escribo peor”). En algún adánico ensayo sobre la perspectiva de la novela, nos refiere a la literatura como una “empresa de conquista verbal de la realidad”, pero más que todo lo vemos, ampliando la perspectiva cortazariana, como una empresa de subversión del lenguaje orientada a trastocar no sólo los sentidos dentro de las temáticas propias que sugieren los relatos sino los mismos parámetros estilísticos. Un lenguaje de raíz poética plagado de estructuras (si se pueden tomar así...) imaginativas y alucinantes.
Cortázar plasmó sus inquietudes expresivas en cuentos y novelas, ampliando los márgenes de los creativo, incluso, y reconociéndose como un alma libertaria no domeñada por ninguna corriente literaria específica ni márgenes coercitivos. Comentaría sobre sus cuentos: “Casi todos los cuentos que he escrito pertenecen al género llamado fantástico por falta de mejor nombre, y se oponen a ese falso realismo que consiste en creer que todas las cosas pueden descubrirse y explicarse como lo daba por sentado el optimismo filosófico y científico del siglo XVIII, es decir, dentro de un mundo regido más o menos armoniosamente por un sistema de leyes, de principios, de relaciones de causa a efecto, de psicologías definidas, de geografías bien cartografiadas. En mi caso, la sospecha de otro orden más secreto y menos comunicable, y el fecundo descubrimiento de Alfred Jarry, para quien el verdadero estudio de la realidad no residía en las leyes sino en las excepciones a esas leyes, han sido algunos de los principios orientadores de mi búsqueda de una literatura al margen de todo realismo demasiado ingenuo”.
Algún boxeador amigo le diría al mismo Cortázar que mientras en la novela se gana siempre por puntos, en el cuento se debe ganar por Knock-out. La amplitud de la novela requiere de elementos particulares acumulativos, en cambio, en el cuento, se requiere de armas mas directas y contundentes en la búsqueda de un efecto de profundidad vertical. Aquel fermento que propicie la inteligencia y la sensibilidad y que vaya derecho al inconsciente del lector es lo que se busca en un cuento breve. Las temáticas se centran en: la presencia de lo desconocido, de la muerte, de la soledad infranqueable, de los miedos a los otros, de l paso inexorable del tiempo, entre otras. Pero mucha de la magia residente en los textos de Julio Cortázar, en definitiva, está en los propios personajes imbuidos muchas veces de problemáticas existenciales, en su choque contra la realidad alienante. De belleza caótica, como la Maga de la novela Rayuela, a quien su vida la rige un maravilloso desorden intuitivo.
El punto de partida de Rayuela es la comprobación del absurdo de la existencia y de la situación precaria del hombre en un mundo fragmentario y caótico. Cortázar niega la estructura de una novela cerrada para hacernos cómplices de la lectura, tendiéndonos un puente vivo entre autor y lector. Entre otras cosas, Rayuela nos narra algo de la vida de Horacio Oliveira, argentino en París, quien lleva una vida bohemia compartida con la Maga y que alterna en el Club de la Serpiente, un heterogéneo grupo de diletantes de distintas procedencias. Comparten aficiones como el arte, la música (particularmente el jazz), la patafísica y las preguntas trascendentales. Lo curioso es que lo que el grupo busca por la vía intelectual, la Maga lo vive ya sin saberlo. “Ella sufre en alguna parte. Siempre ha sufrido. Es muy alegre, adora el amarillo, su pájaro es el mirlo, su hora la noche, su puente el Pont des Arts”. “Hay ríos metafísicos, ella los nada como esa golondrina está nadando en el aire. Yo describo y defino y deseo esos ríos, ella los nada... y no lo sabe, igualita a esa golondrina”.
La literatura de Cortázar desarrolla las posibilidades de un conocimiento poético que no excluye las nociones de lo social e histórico, que discurre todavía por los parámetros de la racionalidad, aunque transitando mayormente por los caminos de la irracionalidad, reivindicando como rasgo distintivo la formulación de una interrogante perpetua. En cierto sentido puede vincularse este sistemático rechazo cortazariano de las técnicas mas o menos realistas con la ya clásica tesis de Walter Benjamin a propósito de Baudelaire: una determinación de no convertir su mercancía negociable en el mercado burgués. Pero para Cortázar esto es precario. Va más allá de lo que puede considerarse como “literatura comprometida”, ensayando una estética subversiva a un nivel no tan obvio y de envergadura consistente.
Cortazar ensaya, para estos fines, juegos terribles, con una significancia relevante dentro del todo construido, construyendo alucinaciones magistrales donde el espacio pierde coherencia y el tiempo va y viene. El hombre es enfrentado con su destino, forzándolo primero a la realidad; para luego iluminarlo con la inmutabilidad de lo real con la existencia de situaciones más allá de la realidad contingente. Un azar de situaciones y encuentros surrealistas para arrojar al hombre a un mundo incierto y ominoso donde cosas y acciones se han rebelado contra sus sgnificaciones y funciones habituales. “La realidad no puede ser esto”, decía Johnny Carter en el cuento “El perseguidor”, planteándose la necesidad de salir de lo cotidiano desfondando la realidad como convención reaccionaria, finalmente.
Cómo no recordar uno de los últimos libros de Cortázar, “Los autonautas de la cosmopista”, en el cual la vida se vive como si fuera literatura y la literatura se hace mientras se vive, máxima aspiración de los surrealistas. La historia empieza el 23 de mayo de 1982, cuando Julio y su tercera esposa Carol Dunlop emprendieron un insólito viaje por la autopista que une París y Marsella. El libro es el relato de la aventura de esos 32 días ilustrada con cartas, fotografías, relatos, dibujos, reflexiones e incluso menús. A la ironía, el absurdo, el juego, la parodia literaria y la mirada juguetona y provocadora acerca de la realidad, se añade un elemento íntimo y autobiográfico, su amor por una mujer.
El 12 de febrero de 1984 murió este buen cronopio que se rebeló con gracia y color al orden establecido y a las convenciones de la realidad alienante.
Lucho Desobediencia
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