domingo, 15 de noviembre de 2009

Fiodor Dostoievski: El hombre subterráneo




Fiodor Dostoievski: El hombre subterráneo



“Tengo un proyecto: volverme loco”


“Quién no ha deseado alguna vez la muerte de su padre”: Frase proferida por Ivan Karamazov y valedera desde todo punto de vista para F. Dostoievski. Hijo de padre autoritario, conoció de niño el sufrimiento, la desgracia y la muerte. También las alucinaciones y la epilepsia. En un lapso de 35 años, Dostoievski realizó una operación quirúrgica de su sociedad y presentó una galería de tipos desgraciados, miserables, criminales, patibularios, enfermos, locos, delincuentes, prisioneros, alcohólicos, viciosos, fracasados, prostitutas. Sus personajes situados fuera de toda lógica, vivían en la frontera misma con lo contrario. Suerte parecida a la de su creador, pues, Dostoievski fue perseguido también por sus ideas políticas y se le condenó a muerte, pena que se le conmuta, al último instante, por la de trabajos forzados.

En realidad nunca gozó de instinto vital: “Ninguno de nosotros está acostumbrado a la vida”. Lo obligaron a servir al ejército como carne de cañón: “Estoy solo y ellos están todos juntos”. Dostoievski a lo largo de su vida descubre que su sino es sufrir, no conocerá una hora de paz. Pero se resigna: sufre y calla.

Hesse afirma: “Debemos leer a Dostoievski cuando nos encontremos en un mal momento, cuando hayamos apurado hasta las heces nuestra capacidad de sufrimiento y sintamos que la vida es una herida infinita, abierta y abrasadora; cuando respiremos el aire de la desesperación y hayamos muerto mil veces de desesperanza, Entonces, cuando solos y desamparados miremos la vida desde el dolor y ya no la comprendamos en toda su salvaje y hermosa crueldad, cuando ya no esperemos nada, entonces estaremos por fin preparados para oír la música de este poeta terrible y maravilloso”. Sí, entonces ya no seremos meros espectadores, ni degustadores, ni críticos: seremos pobres hermanos entre los pobres diablos de sus ficciones, padeceremos sus mismos sufrimientos y miraremos, fascinados y sin aliento, la vorágine de la vida y el eterno molino de la muerte con los mismos ojos fijos, que ellos. Entonces, y sólo entonces, prestaremos atención a la música de Dostoievski, al consuelo y al amor que de ella emanan, y experimentaremos el maravillosos sentido de su mundo aterrador y a menudo cruel.


Fiodor Mijaílovic Dostoievski nació en Moscú el 30 de octubre de 1821. Su padre, un cirujano militar de modesta posición económica y de violento carácter, marcó su infancia. Así como también su madre que lo protegía de cualquier contacto con el mundo exterior, privado de experiencias y libertad. El pequeño Fiodor dotado ya de una notable profundidad introspectiva, soñaba con seres extraños y animales exóticos: sufría de alucinaciones. No tuvo ninguna niña de ojos azules y trenzas doradas capaz de “dulcificar” su infancia. No se conoció de él amores tiernos, prematuros o platónicos. Su madre, quien le inculcó cierta religiosidad, murió de tuberculosis cuando Fiodor tenía 15 años.

Al cumplir 16 años fue enviado, junto a su hermano Mijaíl, a la Escuela de ingenieros militares de San Petersburgo, a cursar estudios. Pero más tarde, escribiría: “Me mandaron junto con mi hermano Mijaíl a San Petersburgo, a la Escuela de ingenieros militares, y de esta manera estropearon nuestro porvenir”. Al final su hermano no fue completamente admitido. Muy pronto se dio cuenta: “¡Qué aspecto de necios tenían! –anota Dostoievski en las Memorias de subsuelo- En nuestra escuela, la expresión de las fisonomías degeneraba hasta el embrutecimiento. Niños que habían ingresado hermosos y sanos se convertían en monstruos al cabo de algunos años. Me asombraba la mezquindad de sus reflexiones, de sus juegos, de sus conversaciones y de sus ocupaciones. Sólo respetaban el éxito. Todo lo que era justo, pero humillado y perseguido, provocaba sus crueles e infames burlas. Para ellos el título sustituía la inteligencia. A los 16 años, hablaban ya de pequeños puestos lucrativos”.

Dostoievski odiaba a sus eventuales compañeros por ser tan simples, tan sanos, apenas sufren y se regocijan con tan poco. Muy pronto organizaría su aislamiento; pues prefería mantenerse apartado, pues, el manejo de las armas, los movimientos de conjunto y las costumbres militares no le gustaron jamás. Es fácil deducir que, ya en esa época, preparaba su primera novela, Pobres gentes.

Mientras tanto, el padre de Dostoievski sumido en la soledad después de enviudar, se entregó al alcohol y descargaba su amargura sobre los siervos de Darovoie, quienes se vengarían: lo asesinan. Fiodor se enteró en la Escuela de ingenieros, no sufrió ni se acongojó, más bien asumió ese asesinato como suyo, pues, en el preciso momento en que su padre era torturado y asesinado, su hijo se rebelaba contra él y lo maldecía por su avaricia e incomprensión, pues no le mandaba dinero alguno. Pareciera indicar todo que en ese momento una terrible sacudida le conmovió, le crispó y le arrojó al suelo, echando espuma y jadeando. Quizá su primer ataque epiléptico.

Aunque alcanzó a graduarse de oficial ingeniero en 1843, renunció a la carrera militar y se dedicó a la literatura. En 1846 publicó Pobres gentes, novela con la que logró cierta consagración literaria y la aprobación de algunos críticos, mientras comienza a escribir otras obras: El doble, Noches blancas y Nietochka Niezvanova. Sobre esto escribe a su hermano Mijail: “Estoy viviendo como en la niebla. No veo la vida ni tengo tiempo para sobreponerme. Mi arte se pierde por falta de tiempo. Me gustaría detenerme. Me han forjado una celebridad sospechosa: no sé hasta cuándo durará este infierno. ¡La pobreza, el trabajo apresurado! ¿Cuándo conseguiré la paz?”.

Fiodor, a pesar de cu carácter huraño y poco sociable, comienza a concurrir a reuniones intelectuales de la capital. Es así que entra en contacto con el Circulo de Petrasherski, grupo revolucionario y ateo que discutía el socialismo utópico y soñaban con la libertad. En 1819 Dostoievski fue arrestado por conspiración contra la Iglesia y el Estado. El zarismo lo condenó a muerte.

Se montó una farsa: la simulación de la ejecución. Al final de cuentas gracias a la “generosidad” del emperador se le conmutó la pena por cuatro años de trabajos forzados en Siberia. Allí, su salud empeorará: su epilepsia acrecentó. Después de aquellos años debía incorporarse al ejército como “carne de cañón” en Semipalatinnsk (un agujero infernal) y perder todos sus derechos civiles por cinco años.

En 1859 es puesto bajo vigilancia policial, que no cesará hasta su muerte; y publica La aldea de Stepanchikovo. Ya en 1862, reintegrado a la “normalidad” del ciudadano publica La memorias de la casa de los muertos, crónica de su permanencia en Siberia. El mismo año aparece Humillados y ofendidos.

Las dificultades económicas y los amoríos no faltaron, así como su afición por el juego acabaron por desgastarle, a pesar del raro optimismo que después de Siberia profesaba, su idea de regeneración del mundo. A pesar de todo, en 1886, con la publicación de la novela Crimen y castigo comienza una nueva gran etapa creadora. Las escasas ganancias producidas por esta obra son consumidas por Dostoievski en mesas de juego. De allí se inspiraría para la creación de su novela El jugador. Poco después apareció otra de sus grandes novelas El idiota.

A su regreso a Rusia se publicaron sucesivamente Los endemoniados, El adolescente y Los hermanos Karamazov, última novela de Dostoievski, que vendría a ser el compendio de su vida y de su actividad creadora pues sus personajes alcanzan aquí una expresión cabal y definitiva, sus personajes, enmarañados en hilos tan diversos, siempre serán anormales para los “normales”... son seres que tienen que padecer para comprender.

F. M. Dostoievski murió en San Petersburgo en 1881.


Memorias del subsuelo

“Oiga usted, a mí no me gustan los espías ni los psicólogos, por lo menos los que huronean en mi interior”

Inicialmente llamada La confesión, pero después madurada como Memorias del Subsuelo, sería ésta una de las obras referenciales del autor. De alguna u otra manera se entiende esta obra como la más autobiográfica de Dostoievski, como hecha a modo de ensayo, porque subyacen muchas ideas de fondo.

El personaje (“El hombre subterráneo”) habla de sí mismo en primera persona y comienza: “Soy un enfermo... Soy un hombre malo. Soy un antipático...” y reniega de su salud, física y mental. Constantemente se alude a la sociedad exterior como causante de este mal, despotricando contra las perversidades de las funciones laborales. Pero en base a introspecciones libres o en miradas hacia dentro, el hombre subterráneo suele hallar explicaciones más allá del “dos más dos son cuatro”. Más allá de toda lógica convencional.

El hombre subterráneo defiende que el hombre no es una dimensión finita y determinada sobre la cual se podrían hacer ciertos cálculos firmes; mas bien es libre y por lo tanto puede violar cualquier regla que se le imponga. En cada página de sus confesiones cuenta cosas tan repugnantes, que parecen increíbles y que hasta una bestia se avergonzaría de contar. Nos enseña rebelarnos ante lo imposible: “Obedeciendo a una fuerza interior, más fuerte que todos sus intereses, el hombre obra a veces contra la fuerza de la razón, contra sus propias ventajas, contra todo”.

El personaje dibujado por Dostoievski ni siquiera puede paliar sus sufrimientos de servilismos de escritorio, de burócrata de oficina, convirtiéndose en insecto, al mero estilo de Gregorio Samsa; porque es tan abyecto, que sólo se va a proyectar fantasías inconclusas: “Y ahora quiero decirles, damas y caballeros, gústeles o no, por qué razón ni siquiera pude convertirme en un insecto. Ante todo debo declarar con toda solemnidad que muchas veces intenté llegar a serlo. Pero hasta eso estaba fuera de mi posibilidad...”. Hay angustia o desesperación en sus palabras; “pero es que en la desesperación encontramos el placer más agudo, sobre todo cuando tenemos conciencia de lo desesperado de la situación”.

El hombre subterráneo parece compartir con Dostoievski su negativa hacia la Ciencia doctorada y todopoderosa, la iglesia totalitaria de la razón, aquella que hace hablar, por ejemplo, a los psicólogos con más especulación que razón. La tenía clara, llevando una actitud negativa hacia la psicología, viendo en ella una humillante cosificación del alma humana que no tomaba en cuenta su libertad, su carácter inconcluso y su especial indefinición. Pero el hombre subterráneo dice acerca de la ciencia: “Creen que la ciencia enseñará al hombre que no tiene voluntad ni caprichos, que es algo así como un teclado de piano o un pedal de órgano; que hay en el universo leyes naturales, y que todo lo que les ocurre sucede ajeno a su voluntad... Así, todos los actos humanos serán incorporados por medio de una lista, algo así como las tablas de logaritmos... o mejor todavía, se concebirán catálogos destinados a ayudarnos tal como lo hacen los diccionarios y las enciclopedias. Contendrán detallados cálculos y pronósticos exactos de todo lo que vendrá , de modo que ya no sean posibles en este mundo la aventura ni la acción... Lo más probable es que el hombre deje de tener deseos...”.

La voluntad, o lo que describe el hombre subterráneo como capricho, es lo que marcaría la diferencia entre un mundo previsible y atormentadamente insoportable y la libertad individual. La fórmula nos la deja en alguna parte del libro: “¿Pero qué sucede, amigos míos, si un deseo caprichoso resulta ser la cosa más ventajosa de la tierra como a veces ocurre? En términos específicos puede resultar más ventajoso para nosotros que cualquier otra ventaja, aún cuando resulte evidente que nos daña y que contraría todas las conclusiones sensatas de nuestra razón respecto de nuestros intereses. Porque más allá de lo que pudiera suceder, nos regala nuestra posición más importante, más preciada: nuestra individualidad”.

La lógica exacta de las cosas se tuerce para significar que “dos más dos son cinco”, y esto también es delicioso de vez en cuando, en palabras dostoievskianas. La crítica alcanza niveles incalculables cuando se pone en cuestión conceptos como la normalidad y el bienestar o cuando se redime el sufrimiento como sentir humano. “Por qué están ciertos, tan convencidos y conscientes de que sólo lo normal y lo positivo, o sea, sólo lo que promueve el bienestar del hombre resulta beneficioso para él? ¿No podría la razón equivocarse en cuanto a lo que constituye una ventaja? ¿Por qué no habrían de gustarle al hombre otras cosas que no tuvieran relación con su bienestar? Quizás el sufrimiento le resulte tan beneficioso como el bienestar. En rigor, el hombre adora el sufrimiento. Con apasionamiento... Yo creo que cuidarse únicamente del bienestar es una falta de educación. Tanto si está bien como si está mal, a veces es un placer destrozar algo. Yo no defiendo el sufrimiento ni la salud. Yo abogo por el capricho, para ser más claro, y quiero tener el derecho de ponerlo en práctica cuando se me ocurra. No creo que el hombre renuncie nunca al sufrimiento, es decir, a la destrucción, al caos; porque en el sufrimiento está el único origen de la conciencia y ésta es superior a dos y dos son cuatro”.

Emerge, entonces, una conciencia cuasi- salvaje que no pretende dictaminar moralmente; pero que sí se va a burlar caprichosamente, sin certezas ni convencimientos, de todas las virtudes humanas. De lo que consideramos elevado y científico. “En esa época yo tenía veinticuatro años, pero ya entonces tenía una existencia sombría, desorganizada, sombría, como la de un salvaje. Me apartaba de la gente, trataba de no hablar con nadie, y me recluía cada vez más en mi agujero”. De la segunda parte de las “Memorias del subsuelo” podemos decir que algunas invectivas van directas hacia la escuela y su sentido “educastrador”; y también hacia el sinsabor de las relaciones convencionales y la mentira del amor como don excelso.

Se dice que los personajes de Dostoievski no son ni morales ni inmorales, que la norma moral no existe para ellos. El hombre subterráneo terminó por dinamitar los preceptos morales y la preocupación por un mundo cuyos valores le corresponden a sólo unos cuantos. Quizás tenía sentido romper el marco moral y hacerlo de esta manera, pasional y lujuriosamente, como un capricho del Dostoievski más ideólogo. Porque ya las verdades superiores terminaron de desbaratarse cuando bienes y males, leyes y métodos científicos, comenzaron a temblar y sacudirse, dando cabida al caos. A ese caos es a donde nos invita el hombre subterráneo.

Lucho Desobediencia

1 comentario:

  1. que buen comentario,, lei todo el texto y me parecio muy bueno. Me gusta mucho dostoievski, pero tenia que dejar de leer por momentos para descansar la mirada en otros fondos.. cambiar los colores para suavizar la lectura seria muy conveniente. gracias.

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