domingo, 17 de enero de 2010
PRADA LIBERTARIO (y 2)
Prada Libertario (y 2)
Cuesta hablar de Prada sin acudir a los suyos, a los libertarios. Lo recordaba Rodolfo González Pacheco, a propósito de su libro póstumo Anarquía que fuera publicado con artículos, en su mayoría, del periódico Los Parias: “Ahí está el libro Anarquía, tan eficaz y caliente como si lo hubiera escrito hoy, madurado al fuego de las contiendas actuales, no sólo contra el Estado, sino contra las flamantes dictaduras de la derecha y la izquierda. No hay una página muerta; todas siguen peleando”1. Es una descripción atinada acerca de un vigoroso libro que centra toda su crítica en lo autoritario, y con una prosa literaria de gran valor. Leemos, por ejemplo, en el artículo La Autoridad: “Según los antiguos, el poderoso Zeus, al arrebatarle la libertad a un hombre le quitaba la mitad de su virtud. Muy bien, perdemos lo más grande y lo mejor de nuestro ser al sufrir el oprobio de la esclavitud; pero ¿qué ganamos desde el instante que ascendemos al rango de autoridad? Cojamos al ente más inofensivo, otorguémosle la más diminuta fracción de mando, y veremos que instantáneamente, como herido por una vara mágica, se transforma en un déspota insolente y agresivo”2. Palabras precisas y argumento derecho contra el concepto de autoridad, como precisaba, el Herodoto de la Anarquía, Max Nettlau.
Como hemos visto, ante todo tenemos a un Prada antiautoritario, esta característica libertaria recorre gran parte de su obra, e, insisto, de un modo evolutivo. Como Eliseo Reclus, en su libro Evolución y revolución3, para Prada los conceptos de revolución y evolución no se niegan. “En evolución y revolución no veamos dos cosas diametralmente opuestas, como luz y oscuridad o reposo y movimiento, sino una misma línea trazada en la misma dirección; pero tomando unas veces la forma de curva y otras de recta. La revolución podría llamarse una evolución acelerada o al escape, algo así como la marcha en línea recta y con la mayor velocidad posible”4. Herencia innegable del geógrafo libertario francés que, al pretender descargar la carga negativa de la revolución, manifiesta que en la evolución universal las revoluciones se suceden por infinidad de millones, y que por insignificantes que puedan ser finalmente entran en ese movimiento infinito de agitación.
Su confianza en la ciencia, como anarquista, se la debe a Reclus pero también, y en mayor medida, a Pedro Kropotkin y sus fundamentos científicos del anarquismo. Esto que fue el talón de Aquiles de muchos anarquistas, sobretodo los que cargaron con el positivismo a cuestas para derrotar clero y tradiciones, constituyó tanto en los librepensadores decimonónicos como en Prada una entrega esperanzada a algo que reconocieron como un instrumento del porvenir del hombre que conduciría a la humanidad a una sociedad más justa y perfecta. Por ejemplo, un discurso como El intelectual y el obrero parecería contener grandes semejanzas al libro La conquista del pan5 del anarquista ruso. La influencia de ésta obra capital del anarquismo en Prada es clave, el ha leído esta obra y comprende el aporte libertario como crítica de la economía política existente que ya tendía a crear un mecanismo productivo deshumanizante, con “hombres tuercas” y “hombres tornillos”; e ignorando, en suma, la posibilidad que Kropotkin establece en relación a la necesidad del trabajador de crear y de poner algo de su ser en los objetos que produce. La idea de que no hay diferencia entre el pensador que labora con la inteligencia y el obrero que trabaja con las manos es tomada de otro libro de Kropotkin llamado Campos, fábricas y talleres6 que complementa –siguiendo el estudio económico- La conquista del pan; en esta obra se afirma también que no existe –en sentido estricto- “una labor puramente cerebral y un trabajo exclusivamente manual” y se aboga a favor del trabajo y la educación integrales. Así, y en general, sus ideas socio-económicas y la de la revolución son de origen kropotkiniano.
También existen tintes de “revolución malatestiana”, es decir, también influencia del italiano Errico Malatesta. Básicamente, lo que propone Malatesta y que está señalado en su libro Ideario7 y en el folleto Nuestro programa es la necesidad de un anarquismo que tenga en cuenta el factor de la voluntad; a saber, un proyecto en el que la anarquía sólo será realizable en tanto y en la medida que los hombres se lo propongan. No basta la conciencia, es necesario también una voluntad –anarquista y creadora- capaz de producir efectos nuevos, independientes de las leyes mecánicas de la naturaleza o de cualquier inevitabilidad histórica. Prada dice en La revolución que “La voluntad del hombre puede modificarse ella misma o actuar eficazmente en la producción de los fenómenos sociales, activando la evolución, es decir, efectuando revoluciones”8. Un matiz evidentemente diferente que asume Prada en busca de un anarquismo evolutivamente crítico, pues lo del propio Kropotkin se acerca a un anarquismo con posiciones deterministas. En otra parte de dicho texto dice también Prada: “Desde la reforma y, más aún, desde la Revolución Francesa, el mundo civilizado vive en revolución latente: revolución del filósofo contra los absurdos del Dogma, revolución del individuo contra la omnipresencia del Estado, revolución del obrero contra las explotaciones del Capital, revolución de la mujer contra la tiranía del hombre, revolución de uno y otro sexo contra la esclavitud del amor y la cárcel del matrimonio; en fin, de todos contra todos”9. Al parecer una revolución de carácter muy general y diverso que reúne no sólo los clásicos problemas políticos, sino aspectos poco tocados para la época: el amor y el matrimonio. Prada encontraba en la familia un ámbito de opresión tan duro como el del Estado o aún más; y ni hablar de su opinión muy dura y crítica sobre el matrimonio. Uno de los pocos que anduvo por esa línea de crítica desde la cotidianidad fue Malatesta. Basta revisar algunos artículos suyos en periódicos italianos. Por otro lado lo suyo pretendía una revolución sintetizada en la fórmula “libertad para todos” o revolución humana y no sólo proletaria. En un discurso, el primero de mayo de 1906, Prada se muestra contundente y con la misma fórmula declara: “Para el verdadero anarquista no hay, pues, una simple cuestión obrera, sino un vastísimo problema social; no una guerra de antropófagos entre clases y clases, sino un generoso trabajo de emancipación humana”10.
La etapa de la Guerra con Chile de donde se nutren muchos seudo-intelectuales para adjudicarle cierto patriotismo a González Prada no es sino una etapa de tensión en la que ya perfilaría su odio a las patrias: “Todos los espíritus elevados y generosos convergen al cosmopolitismo, todos repetirían como Schopenhauer que ‘el patriotismo es la pasión de los necios y la más necia de las pasiones’. Pero, mientras llega la hora de la paz universal, mientras vivimos en una comarca de corderos y lobos, hay que andar prevenidos para mostrarse corderos con el cordero y lobos con el lobo”11. Y de aquella manera resolvió Prada esa lucha interior, esa secuela que dejó la guerra y que después maduraría en un sentimiento apátrida bien reflejado porque, como bien dijera Prada, “la patria no es sólo el aire que respiramos, el río de que bebemos, el terreno que sembramos, la casa donde vivimos y el cementerio en que duermen nuestros antepasados; es también el soplón que nos delata, el esbirro que nos apercolla, el juez que nos condena, el carcelero que nos encierra y la suprema autoridad a quien debemos obediencia y sumisión, ya esté representado por un general sudamericano que a duras penas sabe leer o escribir, ya por un reyezuelo español que lleve por cerebro un trozo de bacalao frito en el aceite de alguna sacristía”12. En este sentido, Prada conoce perfectamente la crítica del anarquista ruso Miguel Bakunin al patriotismo, entendido como culto sacerdotal del Estado. Para esto Bakunin compara el autoritarismo del Estado con el de la Iglesia (Dios) y pone de relieve lo dañino del reflejo de aquellos cultos divinos, el de la iglesia convertido en misticismo absurdo y esclavizante y el del Estado, igualmente dañino, y convertido en un bestialismo pernicioso llamado militarismo basado en aquella abstracción necrofílica, porque “el Estado, por su mismo principio, es un inmenso cementerio, donde vienen a sacrificarse, a morir y a enterrarse todas las manifestaciones de la vida individual y local, todos los intereses de las partes cuyo conjunto constituye precisamente la sociedad; es el altar donde la libertad real y el bienestar de los pueblos se inmolan a la grandeza política, y cuánto más completa es esta inmolación, más perfecto es el Estado”13. Manuel González Prada debidamente influenciado por Bakunin, también dijo: “No habiendo más realidad que el individuo, el Estado se reduce a una simple abstracción, a un concepto metafísico; sin embargo, esa abstracción, ese concepto encarnado en algunos hombres, se apodera de nosotros desde la cuna, dispone de nuestra vida, y sólo deja de oprimirnos y explotarnos al vernos convertidos en cosa improductiva, en cadáver”14. Prada, en su libro Horas de Lucha, se adscribe al viejo lema anarquista “Ni Dios ni amo”y advierte que Bakunin descarga tantos golpes en la Iglesia como en el Estado, rescatando del revolucionario ruso la sentencia: “Si Dios existiera sería necesario abolirle”. Tanto para Bakunin como para Prada la idea de Dios absorbe, destruye todo lo que no sea Dios; y propicia a la vez una religión como justificación trascendente de la sujeción económica y política.
Prada también tiene presente al anarquista francés Sebastián Faure exclamando en momentos de colérica inspiración: “marchemos al combate contra el dogma, contra el misterio, contra el absurdo, contra la religión”. Para el autor de Doce pruebas que demuestran la inexistencia de Dios, este (dios) representa la Autoridad suprema, el gran símbolo de la autoridad a liquidar, a echarse abajo. Y es este principio el que combate cabalmente Prada. El mismo Faure relaciona la problemática de la autoridad con el dolor universal15 y las contrapone a la libertad y la felicidad general. Es una crítica de la autoridad concebida como resultado de las experiencias más diversas, políticas o no, que la descubre como un virus que envenena todas las relaciones humanas y sociales. La misma razón le causa repugnancia a Prada, y frente a la autoridad propone la desobediencia: “Odiemos, pues, a las autoridades por la única razón de serlo: con el solo hecho de solicitar o ejercer mando, se denuncia la perversidad de los instintos. El que se figura tener alma de rey, posee corazón de esclavo; el que piensa haber sido creado para el señorío, nació para la servidumbre. El hombre verdaderamente bueno y libre no pretende mandar ni quiere obedecer: como no acepta la humillación de reconocer amos ni señores, rechaza la iniquidad de poseer esclavos y siervos”16. Sigue siendo Prada, el más antiautoritario de los antiautoritarios; y más que un apóstol, un anarquista.
Lucho Desobediencia
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