domingo, 17 de enero de 2010
LA LIBERTAD DEL CELULAR
La libertad del celular
Existen algunas condiciones para sentirse superados, superación como logro de status social, en esta sociedad. Condiciones que determinarían el nivel socio-económico de los individuos; individuos-títeres que, en la misma lógica neo-liberal y siguiendo los dictámenes de los mass-media, entran y se envanecen en los dominios del consumismo.
Así, pues, la lógica del consumo tiende a crear nuevos objetos que deleiten los sentidos, en forma superficial, aparatos que, suntuosamente, comprueben nuestro tenue acercamiento a la tecnología. La misma lógica que te crea “una necesidad y una tarjeta mágica”, o varias, en todo caso y que te convierte en un código de barras más, ahora, no distingue entre sujetos o clases. Todos quieren un celular.
Todo comenzó un 3 de abril de 1973, cuando un ejecutivo de saco y corbata, parado en una avenida céntrica de Nueva York, realizó una llamada a través de su, aún novel, teléfono celular. Se trató de Martin Cooper, gerente de Motorola, quién utilizaba su prototipo DynaTAC, a la vez que sorprendía con su voz a Joel Engel, ejecutivo de Bell Labs. Pero no fue sino hasta 1983 que este modelo obtuvo la licencia comercial y salió al mercado. Ese mismo año se monta el primer sistema celular, uniendo las ciudades de Washington y Baltimore.
La historia de este inefable aparato se puede resumir en tres etapas: una primera, donde el objetivo fundamental era conseguir un prototipo móvil que permitiera hablar desde cualquier lugar. Ese “ladrillo” que veíamos en algunas series americanas ochenteras del peor tipo. En una segunda etapa, las empresas líderes concentraron sus esfuerzos en desarrollar teléfonos cada vez más pequeños y que se conviertan en accesorios de moda.
Pero, a fines de siglo, como tercera etapa, estos malditos burócratas comenzaron a frotarse las manos y vieron en el celular una sutil manera de control social, así como una forma muy fácil de llenarse los bolsillos de billetes verdes. Para esto, acudimos a lo que Vance Packard llamó la “Edad de la manipulación”, en la que una serie de profesores de psicología transformados de pronto en mercaderes y expertos en relaciones públicas transformados en psicoanalistas comienzan a crearte necesidades y persuadirte hacia un mundo de reflejos condicionados y conformismo, manipulando no solo las necesidades, sino también los deseos, los temores y las frustraciones de los individuos más “frágiles”.
Asistimos entonces a la “Era del celular”, una “Era de la estupidización total”, donde comprendemos que el hombre no solo compra lo que no necesita, sino también se fascina frente a los nuevos juguetes neoliberales de tercera generación; así, como en algún momento dado, el público de consumo se rindió ante el televisor a colores frente al de blanco y negro; y como el disco compacto se impuso frente al cassette; los celulares están a la orden del día, en cualquier lugar donde te encuentres, de cualquier color, tamaño, función, etc. La novedad, en todo caso, son las funciones del celular, con reloj (presuroso y capitalista desde luego), con calendario, con juegos (cada vez menos lúdicos), con noticias (las que te quieren hacer ver), con Internet y otras sandeces más. Digamos que tantas funciones como para que te quedes bien “entretenido y ocupado” con este curioso artefacto.
Lo más resaltante de todo esto es la forma como te lo quieren meter entre ceja y ceja: la publicidad. La multinacional italiana Tim (1) llegó por estos lares y pretende captar más esclavizados consumidores con su frívola, pero al parecer también fructífera, campaña publicitaria. Quienes tenemos la desgracia de no abstraernos o ensimismarnos lo suficiente frente a la máquina publicitaria neoliberal, nos topamos a cada instante, en un diario, en un panel publicitario o en la “caja boba” con aquella triste vieja fórmula; es así que, como en los comerciales de cerveza, vemos un banal mundo de alegría, otro tanto sucede con el tópico de la “dichosa” telefonía móvil, jovenes burócratas felices y sin problemas (obviamente blanquitxs), un mundo artificial, que en el caso de los celulares, posee una máxima significación o una meta: la libertad.
Esta claro que esto no se trata de una fetichización del significado de la palabra: libertad, que se nos puede antojar como una palabreja en algunos casos. Lo importante sería aquella actitud crítica, heterodoxa y problemática que frente a condiciones autoritarias nos incita a la subversión, una subversión que tiene que partir, justamente, de lo cotidiano y que nos obliga a establecer relaciones. Aquella máquina persuasiva funciona del mismo modo cuando se trata de elecciones democráticas, donde no se trata de consumidores, pero sí de ciudadanos. También se destaca la “libertad” del hecho de elegir democráticamente a quien te obligará a pagar la multa si es que no lo haces. En todo caso, también se nos ocurre que aquella libertad democrática se parece a la que exigen las multinacionales, libertad virtual, es decir, libertad de empresa y de consumo (ojo, pero sin caerle mal a la máquina estatal que los protege), libertad para creerse libres en un mar de burocracia neoliberal y bailecitos mass-mediaticos; un celular para estar comunicados, con el Gran Hermano, y para estar esclavizados por su propia estupidez.
(1) Se trataba de la publicidad nauseabunda de Tim Peru, que después se convertiria en Claro. Era el año 2001 y de lo que se trataba era de "promocionar" dichos aparatillos con canciones melosas y llamados a la "libertad".
Lucho Desobediencia
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