martes, 12 de noviembre de 2013

LA CULTURA DE LA CRUELDAD

Siempre me han aburrido y repugnado las corridas de toros (Miguel de Unamuno)                                                                                                                                        

Las corridas de toros son un vicio de nuestra sangre envenenada desde la antigüedad (Jacinto Benavente)                                                                         

                                                                                                                                 
Un poco de historia

La corrida de toros, ese resquicio brutal de otros tiempos, apareció formalmente en España. Nacidas como un entretenimiento militar, pronto fueron calando en el pueblo llano como forma de desahogar la rabia producida por todas las represiones y frustraciones. El animal se convertía así en la víctima propiciatoria de una sociedad que imponía a la vida un profundo malestar. Fernando VII, uno de los más nefastos gobernantes españoles, cerró universidades y abrió escuelas de tauromaquia, lo cual ilustra bien la función de las corridas: un pueblo embrutecido es más manejable que un pueblo instruido. A pesar de que en los años 60 y 70 estuvieron a punto de desaparecer en España, actualmente aún perviven aquí y allá, debido básicamente a intereses económicos que consiguen el apoyo gubernamental y subvenciones públicas, difundiendo el tendencioso mensaje de la tradición como única justificación de algo tan anacrónico como cruel.

El milagro de octubre

El historiador Francisco Cossío señaló que en 1540 el conquistador Francisco Pizarro, a la edad de 66 años, fue el primero que toreó en la Plaza Mayor de la "Ciudad de los Reyes". El "descubrimiento" o, mejor dicho, la invasión y el genocidio en las tierras americanas propiciaron la salvaje tradición. La corrida de toros se oficializó en 1558, tomando mayor arraigo con la construcción de la Plaza de Acho en siglo XVIII. Hace 55 años se realiza en esta plaza en los meses de octubre y noviembre la "Feria Taurina del Señor de los Milagros". Los espectadores disfrutan con su sádica concepción de cultura, asumiendo plenamente el hecho de "ir a las corridas" como un elemento de estatus y distinción. No nos ocuparemos de estos espectadores –artistas, políticos, intelectuales, aristócratas, arribistas-: quizá se abra un campo infinito de concepciones y adjetivos que podríamos otorgar a quienes disfrutan con la laceración pública y organizada de un animal herbívoro.

La crueldad unida a la tolerancia es una patología. Nadie puede justificar las corridas de toros argumentando la "cultura" y el "no-sufrimiento de los animales inferiores", como en el colmo de la canallada hacen los que publicitan este "deporte". Ya, en 1980, la Unesco sentenció a las corridas tratándolas de desventuradas y corruptas, traumatizadoras de niños y adultos sensibles al escándalo de la matanza. Sin embargo, el disfraz macabro del torero –que es solo una vistosa variante del atuendo de un carnicero- continúa cubriendo con fuegos artificiales la tortura sistemática y el cruel brote de la sangre, que constituye, para una minoría morbosa e ignorante, un comercio impuro y vil. La corrida de toros no tiene alguna función social positiva o algún mérito cultural, eso está claro, pero representa para los organizadores un buen negocio. Las entradas se venden en dólares, a un precio elevado y están libres del pago de impuestos debido a que el Instituto Nacional de Cultura califica a la corrida de toros –por mandato legal- como un "espectáculo cultural". Negocio redondo. Todo el "asunto cultural" es manejado empresarialmente, y hay gente que vive bien del montaje: ganaderos, periodistas, toreros.

La tortura

Se ha definido a las corridas de toros como el proceso mediante el cual un toro –que es un animal herbívoro superior- es reducido a la condición de piltrafa. Las distintas armas utilizadas, previamente a la muerte del toro, tienen como objeto debilitarlo, para que después el torero pueda matarlo fácilmente. El picador le introduce una puya de 10 cm. de longitud que le hunde en el cuello, realizando movimientos hacia los lados para desgarrar y horadar la carne del animal, provocándole intensas hemorragias. Las banderillas, afilados arpones de unos 6 cm. de longitud, que se le clavan en el lomo, tienen la función de "humillarlo", es decir, para desgarrar sus músculos y hacer que agache la cabeza para que el matador pueda introducirle la espada mortal. La muerte del toro es lenta y muy dolorosa, ya que casi nunca muere en la primera estocada. No es infrecuente que el animal reciba varias estocadas. Cuando resiste más del tiempo programado para una corrida, se recurre a la puntilla, cuchillo que secciona la médula espinal y deja al animal paralizado pero consciente, estado en el que posteriormente entra al desolladero.

Existen otras técnicas que se emplean para reducir riesgos al "valiente" torero, todas ellas desmentidas por los taurinos, pero confirmadas por veterinarios y testigos presenciales: el "afeitado", que consiste en recortarle y pulirle los cuernos poco antes de la corrida, restándole eficacia a su única defensa; las palizas, generalmente con sacos de arena pero a veces con palos, para inquietarlo y debilitarlo; el untamiento de vaselina en los ojos, para menguar su visión; los cortes en las pezuñas, donde se unta después aguarrás para que esté siempre inquieto en el ruedo y no aburra a los espectadores, etc.

Por otra parte, debido a la inadecuada alimentación con extraños compuestos, realizada para complacer a un público que exige toros cada vez más grandes, los toros sufren un exceso de peso que les causa lesiones y les dificulta el movimiento. El toro es un animal herbívoro, y como tal pacífico, y es solo con sistemáticos castigos y manipulaciones –que son la base de la crianza de los así llamados "toros de lidia"- que se consigue alterar su ser natural, quedando convertido en un enfermo nervioso que sólo lucha por su vida. En la plaza, el toro lo único que busca es la huida, y sus ataques desesperados son, además de por provocación, por no encontrar una salida.

Los caballos son la víctima olvidada de las corridas, pues en numerosas ocasiones reciben embestidas que les abren las tripas. A menudo se les vuelven a meter los intestinos y se les cose para que vuelvan a salir a la plaza. Por otra parte, es necesario drogarlos y taparle los ojos para que salgan a la plaza, ya que de otra manera el terror que sienten al ver al toro les haría huir.

La mirada horizontal

El problema es la manera como en la sociedad se nos enseña a conocernos y definirnos, basándonos en raza, sexo o especie. Etiquetamos a aquellos que son diferentes como "los otros" y a continuación los cosificamos con el fin de utilizarlos como instrumentos. A lo largo de la historia "los otros" han sido infravalorados y explotados. Se ha tratado a la gente de color como "bestias de carga" o como esclavos. También se ha tratado a las mujeres como meros objetos sexuales, y de la forma más agresiva. Aún no se ha detenido este abuso, todavía permanece bajo formas más sutiles y ocultas, o legitimadas por la costumbre y la ideología. Todas las formas de abuso tienen su origen en la jerarquía y en dominación, a partir de los cuales se establece un universo cerrado fuera del cual todo es manipulable y explotable sin límites.

En el caso de los animales, ni siquiera tratamos de ocultar los abusos a los que los sometemos. Hacemos de los animales objetos y les ponemos etiquetas. Como los encuadramos en la categoría de "lo otro", los utilizamos instrumentalmente como objetos de belleza (abrigos de pieles, productos de cuero, cosméticos, etc.), formas de entretenimiento (carnavales, rodeos, carreras de caballos, corridas de toros, peleas de gallos, etc.), utensilios para la "educación" y la "ciencia" (víctimas de vivisecciones en laboratorios). También los fragmentamos llamándolos costillas, alitas, menudencia... para finalmente completar el ciclo comiéndonoslos.

En el caso de las corridas, los medios de comunicación siguen haciendo propaganda taurina, con el fin de ampliar el interés por las corridas de toros y aumentar la minoría que las sostiene. A veces cubren su intención propagandística con pretextos informativos. Se transmiten y comentan las corridas de toros, y se ha puesto de moda salir en las páginas sociales de medios conservadores como El Comercio o Caretas. Igualmente existen publicaciones que fungen de "positivas y espirituales", pero que luego de una cita a Gandhi abren sorprendentemente sus páginas a la muerte y la tortura. Invariablemente, impiden la mirada horizontal que permitiría tomar conciencia del dolor ajeno y sentir simpatía por "los otros": refuerzan sistemáticamente la apatía que sostiene una sociedad que tolera tan bien la injusticia, la explotación, los bombardeos y el asesinato.

El debate de la cultura

El cineasta Armando Robles Godoy, que ante los incautos pasa como "contracultural", ha pretendido legitimar la violencia de las corridas de toros dándoles connotaciones artísticas y trascendentes. Así ha escrito acerca de la "belleza de la muerte" que emana de los ruedos, ignorando a los animales que son vanamente sacrificados y resaltando el peligro de muerte que afrontan los toreros. Robles no habla de la "belleza de la muerte" apreciable en ciertas obras artísticas cuando el límite del lenguaje que nos forma se estrella contra la ajena superficie de las cosas, y la propia existencia tiembla, sino de la insensatez de los toreros, esos seres por lo general estúpidos que se exponen al peligro como un conductor de Ticos en una autopista, pero que a diferencia de estos, lamentablemente, rara vez mueren, porque la técnica de tortura de las corridas de toros es bastante eficiente.

Es fácil advertir la palabrería pueril y pretenciosa que se puede erigir no solo alrededor de las corridas sino alrededor de cualquier actividad que se sabe deleznable, con el intento de justificarla. Si los carniceros en los mataderos se vistieran con lentejuelas, practicaran ciertos movimientos vistosos, desarrollaran cierta teoría alrededor de su labor, y la transmitieran a sus nietos, con el tiempo, y con el apoyo de algunos intelectuales, quizá podrían cobrar entradas para ingresar al camal de Yerbateros, evadir impuestos, agenciarse de un dinero extra y ser considerados "artistas". Todo es cuestión de falta de sensibilidad y de mucha tradición.

Otra cosa es la belleza, que puede ser experimentada en cualquier cosa: un cielo, un poema, un rostro, una urbe o una carnicería. En las corridas de toros encontraron belleza personas con un sentido artístico apreciable como Cocteau o Hemingway, pero eso no aporta ningún argumento a favor de las corridas de toros, pues la experiencia de la belleza es inexplicable, subjetiva e intransferible. Por ejemplo, el cineasta Charles Chaplin reconoció que la directora alemana Leni Riefenstahl fue capaz de lograr momentos susceptibles de provocar el poderoso sentimiento de la belleza en una película de propaganda al nazismo, encargada por Hitler, pero eso no significa que haya cedido un centímetro en su condena al nazismo. Más allá de los misterios de lo inefable y la belleza, están nuestras opiniones políticas y culturales, nuestras actitudes y acciones que afectan el mundo en el que convivimos, y en ello Chaplin no fue ambiguo.

Hay quienes aprecian las corridas de toros en un sentido estético; pero no importa si ven ese resplandor en la tauromaquia o en las chapitas de Coca-Cola. Importa su opinión sobre la tortura a los animales: si no las condenan, si no se problematizan en su afición taurina, es porque torturar y asesinar a los toros no les parece condenable o importante. Hay personas con una sensibilidad distinta: por más fuegos artificiales que rodeen el sangriento hecho, no encuentran belleza en esa costumbre que consideran degradante y que condenan. Estas sensibilidades distintas configuran un debate en la cultura, un punto de tensión que los taurinos rehúyen asumiendo el rol de víctimas incomprendidas que son molestadas por los "intolerantes". No afirmamos que somos "buenos por naturaleza": podemos tanto ser crueles y asesinos como compasivos y bondadosos. Pero en lo que se refiere a este montaje como circo en el que se disfruta con la sangre de los toros, no estamos de acuerdo. Hay una ética que nos reclama: ¿por qué hay que ser tolerante con los que torturan y matan?

Quizá sería mejor que beban de su propia sangre.
 
                                                                                
Diciembre 2003

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